La oficina es acogedora, detrás de un escritorio ordenado un hombre alto espera de pie y saluda con mucho afecto. Se trata de Ángel Polibio Chávez, Procurador de la Universidad Técnica de Ambato. Viste pantalón de traje, saco de lana color plomo y corbata: no parece incomodarle el calor de las mañanas soleadas ambateñas.
Su rostro es despreocupado y alegre; la entrevista no le causa nervios e incluso rompe los silencios con uno que otro chascarrillo. La conversación transcurre agradable entorno a su entrañable amigo y excondiscípulo: Fernando Naranjo.
Empieza con una aseveración: “Con Fernando hemos tenido una amistad de toda la vida”. Sus ojos brillan al evocar aquellos días de su pasado y el colegio de su adolescencia. Asistieron juntos al Pensionado Mera, donde vivieron varios momentos amenos que los recuerda hasta ahora.
Además, fueron grandes compañeros de estudio en aquella temporada, pues ellos se reunían para estudiar un día antes de rendir las evaluaciones y algo que resalta es la inteligencia de Fernando, ya que él les enseñaba física y matemáticas a sus compañeros cuando no entendían algún tema de las asignaturas. Acompañados de las responsabilidades también se divertían, luego de los exámenes ambos tenían la costumbre de salir a pasear en el carro del padre de Fernando. El progenitor no lo sabía y eso, precisamente, añadía emoción al asunto.
Chávez no puede refrenar una carcajada al recordar esos tiempos. “Hasta que un día su padre se enteró. Muy molesto lo persiguió por la calle y Fernando entró al Pensionado y allí permaneció hasta que su papá se fuera”.
Tenían pasatiempos relacionados con la academia. Al entrar a la casa de Fernando, en la parte superior, había un cuarto que lo utilizaban para realizar experimentos de Química. Era una suerte de laboratorio, pues les permitía ser libres con su imaginación. En cierta ocasión consiguieron una reacción química que provocó un mal olor que obligó a deshabitar la casa por tres semanas.
También compartieron la afición por la fotografía, un pasatiempo algo costoso para ese tiempo por causa de los rollos fotográficos. Aun así aprovechaban al máximo cada rollo. Era una excusa que tenían para caminar por horas y encontrar algo digno de capturar.
Uno de los escenarios favoritos eran las orillas del río Ambato, las pequeñas corrientes de agua que este provocaba y las flores que hay a su alrededor. Les agradaba capturar la ciudad de Ambato desde el mirador de la parroquia Pinllo. Desafortunadamente, esas fotografías fueron robadas después de una exposición que realizaron en el colegio, el mismo día que hubo un partido de básquet. Solían salir en las noches; en aquellas reuniones entonaban la guitarra y en coro cantaban canciones de Armando Manzanero, era una época en la que estaban enamorados, declara Chávez, además este sentimiento hacía que cada uno vaya contando sus experiencias en el amor.
La radio y los efectos de sonido, como el de la lluvia, eran otros pasatiempos predilectos; el tema de los fantasmas los entusiasmaba. Por eso, escribieron algunos libretos sobre el tema para los radio teatros.
El diálogo se vuelve más serio, al enfocar el tema político. Chávez se siente muy orgulloso de su compañero; por siempre tener sus ideales claros, esto es digno de reconocer en Fernando, porque “No aliarse a un partido ha sido un acierto, pues eso le ha ayudado a conservar sus principios. En su gestión se ha preocupado por el campesinado y los grupos vulnerables. Hay una gran coherencia en su ideología. Es inteligente y talentoso y con una gran calidad humana”.
Muy entusiasta termina con el diálogo y augura a su gran amigo éxitos en su vida, tanto en lo personal como en lo profesional. Además, le aconseja que debería ya dedicarse a él mismo: “es hora de disfrutar los momentos que nos permite la vida, mirarse como personas y hacer las cosas que quizás siempre quisimos hacer y no lo hemos hecho”.