Familia, base de la felicidad

Familia, base de la felicidad    primer encuentro de José Cuesta  e Isabel Vásconez fue entre  el calor de las chamizas que se  encendían en honor a San Pedro- era  junio de los años 60 del siglo anterior –  departieron una reunión de amigos en  el colegio León Becerra, “era mayor a  mí, extrovertido y muy social, nunca le  había visto hasta antes de esa fiesta”,  cuenta quien fue su esposa durante 47  años.  Ese no hubiese sido el primer encuentro,  si José asistía a la fiesta de  Quince Años que prepararon a Isabel  sus padres, no llegó, por temas de trabajo,  “siempre le embromaba diciéndole  que me debía el regalo de mi fiesta  rosada”, confiesa ella.  Familia, base de la felicidad    primer encuentro de José Cuesta  e Isabel Vásconez fue entre  el calor de las chamizas que se  encendían en honor a San Pedro- era  junio de los años 60 del siglo anterior –  departieron una reunión de amigos en  el colegio León Becerra, “era mayor a  mí, extrovertido y muy social, nunca le  había visto hasta antes de esa fiesta”,  cuenta quien fue su esposa durante 47  años. 

Ese no hubiese sido el primer encuentro,  si José asistía a la fiesta de  Quince Años que prepararon a Isabel  sus padres, no llegó, por temas de trabajo,  “siempre le embromaba diciéndole  que me debía el regalo de mi fiesta  rosada”, confiesa ella.  Familia, base de la felicidad    primer encuentro de José Cuesta  e Isabel Vásconez fue entre  el calor de las chamizas que se  encendían en honor a San Pedro- era  junio de los años 60 del siglo anterior –  departieron una reunión de amigos en  el colegio León Becerra, “era mayor a  mí, extrovertido y muy social, nunca le  había visto hasta antes de esa fiesta”,  cuenta quien fue su esposa durante 47  años.  Ese no hubiese sido el primer encuentro,  si José asistía a la fiesta de  Quince Años que prepararon a Isabel  sus padres, no llegó, por temas de trabajo,  “siempre le embromaba diciéndole  que me debía el regalo de mi fiesta  rosada”, confiesa ella. 

Ambato era diferente, una ciudad  pequeña donde todos se conocían,  hijas muy protegidas por sus padres,  fiestas que empezaban a las tres de la  tarde y terminaban sobre las seis de la  tarde, en este contexto se desarrolló la  relación de José e Isabel, que terminó  en matrimonio, en agosto de 1970.  Al inicio vivieron donde los padres  de José y como todo matrimonio, el  acoplarse fue parte de mostrar el amor,  entre ceder y lograr comprensión para  crecer como pareja. Cierto día Isabel  recibió un abrazo muy sentido de su  esposo, supo que pronto serían tres,  regresaba con la prueba del laboratorio  que confirmaba el embarazo, al final  del cual, nació el primogénito, José  Cuesta Vásconez.  “Era mucho más expresivo y preocupado,  me acompañaba al médico, el  día que nació nuestro hijo fue emocionante,  un ser pequeñito para cuidarlo,  aún dormido, siempre le daba un beso  cuando estaba en la cuna, no era de  amarcarlo porque tenía recelo de no  hacerlo bien, pero apenas llegaba a  casa, pasaba con él”, cuenta Isabel. 

Eso se repitió y fue similar con sus  dos hijos, el buscar el espacio del tiempo,  más allá de sus obligaciones de trabajo,  el saber que dependían otras vidas  de lo que haga y muestre sin duda,  lo cambiaron para siempre.  José siempre pensó que el ejemplo  y la convivencia familiar, debían marcar  el paso de sus hijos, eso vio en su padre  y sabía que era una receta efectiva,  sumado el contagiar ese deseo de lucha,  superación y ayudar a quien lo necesite.  A “Pepe” como le llamaban sus amigos  y allegados, le gustaba jugar fútbol y tenis, fue propulsor de la compra de la quinta  en Miraflores para establecer el Club Tungurahua  y tener este espacio social de relación y  amistad. 

La propiedad que compraron en Salcedo era  un refugio de fin de semana, otras veces viajaban  a Baños donde sus suegros, otro espacio  favorito de Pepe. “Algunos viernes adelantaba  su trabajo para salir a las seis, subía las bicicletas  de los niños y eran fines de semana de  mucha felicidad” añora su esposa.  Comía de todo, le gustaban las sopas tradicionales,  entre coladas, un buen morocho o  quinua y claro las brevas (higos) con queso, que  fueron su debilidad, incluso cuando fue diagnosticado  de una diabetes.  Ver crecer a sus hijos era parte de su orgullo,  pero no dejaba de sorprenderlo, la pronta  partida de Enrique dolió, pero sabía que la vida  continuaba.  La primera fiesta a la cual estuvo invitado su  hijo José, que llevaba un terno de su padre con  ciertos ajustes y su corbata, fue todo un acontecimiento,  su esposa confiesa que esa noche  derramó algunas lágrimas.  “Disfrutó de su juventud, muy social y amiguero,  los hijos siempre tuvieron su respaldo  para las fiestas y reuniones, el sótano de la  casa, fue arreglado para que los hijos vengan a  casa con sus amigos y amigas”, dice Isabel.  El tiempo seguía pasando, el hogar pronto  quedó vacío, los hijos viajaron a México a  estudiar Administración de Empresas, sabían  que era el orden de la vida, al final, eso les  unió mucho más como pareja, viajaban de forma  constante para visitar a José y Xavier, que  emprendieron desafíos académicos y nuevas  aventuras. 

Su esposa recuerda lo orgulloso que siempre  estaba de la formación de ambos, pues  validaba la necesidad de aprender en un siglo  del conocimiento, los presionó por los estudios  de maestría, incluso a José fue a cursarlos en  Argentina a pesar de que, para entonces, era  padre de dos de sus nietos; Xavier estudió en  Quito y siempre estaba pendiente de sus viajes  a la capital por este motivo. 

Luego la familia creció y vinieron las esposas  de los hijos, siempre tuvo buena relación con  ambas, quienes mostraban su cariño y respeto  de forma constante.  La llegada de los nietos fue una etapa especial,  disfrutó a todos de forma diferente pero  intensa: José (19) Cristóbal (17) Tomas (15) Mateo  y Lucas (6) Paula (5) tocaron su corazón. Seis  años antes de su partida entregó dinero para  los estudios de sus nietos recordando que era  una buena inversión, así pensó siempre y esto  no debía cambiar.  Sus fortalezas incluyeron ser emprendedor y  constante con una visión a largo plazo, los viajes  eran el espacio para traer ideas y soñar proyectos,  muy sensible y de llorar fácil con algo  que le emocionaba y afectaba; muy informal  para vestirse, apenas sumaba un bléiser cuando  había algo formal en las empresas. 

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